miércoles, 16 de noviembre de 2016

Una cita con la revoluciòn

Una cita con la Revolución. Historia y política en la historiografía argentina. Aproximaciones a la obra de José Carlos Chiaramonte
Carola Noelia Ramos
Instituto Superior Particular Incorporado Nº 4031 “Fray Francisco de Paula Castañeda”

 En el siguiente trabajo se pretende desarrollar los aportes teóricos y categorías de análisis del historiador José Carlos Chiaramonte  con respecto al proceso emancipador rioplatense.
José Carlos Chiaramonte se ha convertido en uno de los referentes más importantes de la historiografía argentina para la comprensión de los lenguajes políticos en tiempos de independencia. Sus conceptos y aportes son indispensables para poder continuar cuestionándonos sobre este período tan importante para nuestra historia nacional. Por un lado, ofrece concepciones políticas alternativas a la llamada “historia oficial” para repensar la complejidad de los sucesos de Mayo y del proceso emancipador en su totalidad.  Por otro, nos invita a pensar la relación entre la historia y la política como peligrosa mediante el estudio del lenguaje y la historicidad de los conceptos, ya que las significaciones "reales" de los conceptos son la puja política y disputa simbólica que se resuelven entre las interpretaciones de los revisionistas y la de los historiadores académicos.

Discusiones respecto de la idea de nacionalismo argentino en el proceso emancipador
En el desarrollo de este eje se pretende abordar el aspecto de la nacionalidad argentina durante el período emancipador, entendiendo que las naciones fueron consecuencia de las independencias y no su causa, ya que no había identidades nacionales argentina.
La dimensión política e ideológica de la Revolución de Mayo de 1810, de la gestación de la Nación y el ser nacional Argentino, es uno de los elementos del pasado nacional que más se ha discutido e interpretado por la historiografía argentina.
Múltiples son los estudios que emergen de la corriente renovadora de la historiografía, logrando romper con la tradicional historiografía de los llamados “forjadores de la Nación” la cuales pueden considerarse fundantes en cuanto la intención de construir el pasado nacional. Para esta generación la nacionalidad argentina comenzó en Mayo, y la revolución pasaba a ser el origen mismo de la misma y sus gestores una elite esclarecida que supo aprovechar la particular situación por la que pasaba el imperio español.
La historia se convierte en un instrumento para interpretar el pasado y construir un futuro según las necesidades de ese momento. En este período se puede ver una vinculación estrecha entre la política del momento y el interés por la problemática histórica. La historia es un arma política y esto se aprecia con claridad en la obra de Bartolomé Mitre.
Veamos como lo expresa Mitre:
“Los nativos, emancipados por los sucesos, habían pasado de la condición de siervos a la de iguales de los españoles, y como se ha visto, un sentimiento arrogante de nacionalidad se despertaba en ellos. El día que unos cuantos hombres comprendieron esto, estalló la revolución. Por eso, la revolución incubada por una minoría ilustrada, fue recibida por las masas como una ley que se cumplía, sin sacudimientos y sin violencia. Los sucesos de la invasión francesa en España, aunque cooperaron al éxito, no hicieron en realidad sino acelerar la revolución, dando a los directores del pueblo el secreto de la debilidad del opresor y la plena conciencia de su propio poder.”[1].

Las últimas décadas del siglo XX marcan una nueva renovación historiográfica, entre los profesionales más reconocidos se encuentran Tulio Halperín Donghi y José Carlos Chiaramonte. Los mismos asentaron nuevas bases e interpretaciones sobre el proceso de crisis del orden colonial y el surgimiento de los nuevos Estados independientes.
Para Chiaramonte resulta insostenible la idea de la preexistencia de una nacionalidad en el hecho revolucionario, ya que las únicas unidades socio-políticas existentes a lo largo de la primera mitad del siglo XIX fueron las ciudades-provincias. Es decir que la nación fue una consecuencia de la revolución, no una causa. También sostiene la ausencia de pensamientos revolucionarios preexistentes a los episodios de mayo. Sostiene que la revolución se trató de una revolución que nació sin teoría, es decir sin actores políticos y sociales que lo programaran o lo ejecutaran.


Las “Formas de identidades”, en el Río de la Plata post independencia como categoría de análisis
Uno de los principales aportes del autor con respecto al proceso emancipador rioplatense se debe a la coexistencia de tres formas de identidades luego de producida la independencia: una identidad hispanoamericana, una provincial y otra rioplatense. Estas tendencias no eran otra cosa que formas alternativas de sentimiento público.
Chiaramonte estima que a fines del período colonial, los habitantes del Río de la Plata compartían diversos sentimientos de pertenencia: el correspondiente a la nación española, el de español americano, y el regional, circunscripto frecuentemente al núcleo urbano, destacando el papel central de la ciudad hispanocolonial en el origen de las formas de identidad política posteriores a la Independencia.
Poco se ha atendido a que el hecho mismo de su coexistencia traducía también el curso en el que se movía el proceso de la formación de la identidad política, dentro del crítico proceso de formación de nuevos países independientes. Debemos entender estas identidades no como adherencias extrañas a la formación de una identidad nacional sino como  formas alternativas de satisfacer la necesidad de organizar un nuevo estado que suplantase el dominio hispano, y a su coexistencia conflictiva como la inexistencia de un soporte social, superior al provincial, definido para los proyectos de nuevos estados nacionales.

 La relación entre Historia y Política
Chiaramonte es un estudioso del lenguaje no en el sentido propuesto por el giro lingüístico sino en la búsqueda constante de la historicidad de los conceptos y los anacronismos vigentes. Precisamente la utilización consciente del anacronismo con fines políticos es una operación estudiada frecuentemente por el autor. Las significaciones "reales" de los conceptos son la puja política y disputa simbólica que se resuelven entre las interpretaciones de los revisionistas y la de los historiadores académicos.
La interpretación de los hechos históricos está precedida por los valores del investigador y que es inútil otorgarle un único sentido al relato histórico, ya que al historiador se le añade una dificultad distinta, que es la afinidad intelectual u emocional con lo investigado.
Para Chiaramonte y los científicos de la historia profesional sostienen, sin embargo, que "La intención de poner algunos resultados de la historiografía al servicio de otras actividades humanas no es ilegítima mientras ese servicio sea respetuoso del quehacer historiográfico", aunque es muy preciso al declarar que este tipo de historiografía neorevisionista queda "deformada por intereses políticos".
Para el historiador, no puede existir una sana compatibilidad entre el oficio científico del historiador y la militancia política. Incluso sostiene que la labor científica es la forma más loable de servir a un país.
La historiografía contestataria del ´60 y ´70 es vista como politizada, y la “despolitización” se vuelve imprescindible para alcanzar el rigor científico. En esta corriente, en la que se encuentra José Carlos Chiaramonte, se incluye el expurgar cuidadosamente las impregnaciones “marxistas” y sobre todos las que aceptan un espíritu de partido en el desarrollo de la tarea del historiador. 
El reemplazo del pasado revolucionario por un reformismo cada vez más modesto en el marco de una transición a la democracia signó esta nueva actitud. La historiografía debía, en esa línea de ideas, abandonar el espíritu incandescente para centrarse en la producción específica de alto nivel y excelencia.

Por último la producción histórica y literaria sufre los efectos de la industria editorial, y la industria editorial necesita cosas que vendan como por ejemplo una historia de buenos y malos o una historia sobre la intimidad de los próceres. No debemos permitir que la historia se convierta en una fuente de conocimientos útiles para la política, si bien el historiador es un producto histórico, debe separarse la ideologización, para una política determinada.


Conclusión
El Historiador aún está lejos de lo que se enseña en la escuela, por eso se propuso para este trabajo el  título “una cita con la revolución” con el objetivo de que entendamos como futuros educadores que es fundamental encontrarnos con los hechos históricos desde diversas perspectivas para comprenderlos en su totalidad. Específicamente la Revolución de Mayo es un hecho que se piensa hace 200 años pero en la escuela y fundamentalmente en los estudios primarios se sigue difundiendo la historia tradicional Mitrista.
Sin dudas hay una brecha que debe ser cerrada, entre el relato escolar y el saber científico. La historia social se aleja visiblemente de la versión “Billiken” de la historia. Pero no ha logrado saldar esta deuda que tenemos con las futuras generaciones, la unificación de relatos entre la universidad y la escuela.
La historia se diferencia de otras disciplinas por la inexistencia de su objeto de estudio. Los historiadores son ante todo productos históricos por lo tanto se deben a las concepciones y experiencias que ellos mismos tienen. Esto lleva a que el historiador imprima su subjetividad en el estudio de la misma ya que él no es más que un producto social, y por ello existe la historiografía, para lograr comprender interpretaciones de los textos académicos y al autor en su contexto, para encontrar el punto medio en la función social del historiador, ese punto que se podría llamar “entre el claustro y la divulgación”.




[1] MITRE, Bartolomé. “Historia de Belgrano y de la independencia argentina”  tomos VI y IX.

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