Una cita con la
Revolución. Historia y política en la historiografía argentina. Aproximaciones
a la obra de José Carlos Chiaramonte
Carola Noelia Ramos
Instituto
Superior Particular Incorporado Nº 4031 “Fray Francisco de Paula Castañeda”
En el siguiente trabajo se pretende desarrollar los
aportes teóricos y categorías de análisis del historiador José Carlos
Chiaramonte con respecto al proceso
emancipador rioplatense.
José Carlos Chiaramonte se ha convertido en uno de los
referentes más importantes de la historiografía argentina para la comprensión
de los lenguajes políticos en tiempos de independencia. Sus conceptos y aportes
son indispensables para poder continuar cuestionándonos sobre este período tan
importante para nuestra historia nacional. Por un lado, ofrece concepciones
políticas alternativas a la llamada “historia oficial” para repensar la
complejidad de los sucesos de Mayo y del proceso emancipador en su
totalidad. Por otro, nos invita a pensar
la relación entre la historia y la política como peligrosa mediante el estudio
del lenguaje y la historicidad de los conceptos, ya que las significaciones
"reales" de los conceptos son la puja política y disputa simbólica
que se resuelven entre las interpretaciones de los revisionistas y la de los
historiadores académicos.
Discusiones respecto de la idea de nacionalismo argentino
en el proceso emancipador
En el desarrollo de este eje se pretende abordar el
aspecto de la nacionalidad argentina durante el período emancipador, entendiendo
que las naciones fueron consecuencia de las independencias y no su causa, ya que
no había identidades nacionales argentina.
La dimensión política e ideológica de la Revolución de
Mayo de 1810, de la gestación de la Nación y el ser nacional Argentino, es uno
de los elementos del pasado nacional que más se ha discutido e interpretado por
la historiografía argentina.
Múltiples son los estudios que emergen de la corriente
renovadora de la historiografía, logrando romper con la tradicional
historiografía de los llamados “forjadores de la Nación” la cuales pueden
considerarse fundantes en cuanto la intención de construir el pasado nacional.
Para esta generación la nacionalidad argentina comenzó en Mayo, y la revolución
pasaba a ser el origen mismo de la misma y sus gestores una elite esclarecida
que supo aprovechar la particular situación por la que pasaba el imperio
español.
La historia se convierte en un instrumento para
interpretar el pasado y construir un futuro según las necesidades de ese
momento. En este período se puede ver una vinculación estrecha entre la
política del momento y el interés por la problemática histórica. La historia es
un arma política y esto se aprecia con claridad en la obra de Bartolomé Mitre.
Veamos como lo expresa Mitre:
“Los nativos, emancipados por los sucesos, habían pasado
de la condición de siervos a la de iguales de los españoles, y como se ha
visto, un sentimiento arrogante de nacionalidad se despertaba en ellos. El día
que unos cuantos hombres comprendieron esto, estalló la revolución. Por eso, la
revolución incubada por una minoría ilustrada, fue recibida por las masas como
una ley que se cumplía, sin sacudimientos y sin violencia. Los sucesos de la
invasión francesa en España, aunque cooperaron al éxito, no hicieron en
realidad sino acelerar la revolución, dando a los directores del pueblo el
secreto de la debilidad del opresor y la plena conciencia de su propio poder.”[1].
Las últimas décadas del siglo XX marcan una nueva
renovación historiográfica, entre los profesionales más reconocidos se
encuentran Tulio Halperín Donghi y José Carlos Chiaramonte. Los mismos
asentaron nuevas bases e interpretaciones sobre el proceso de crisis del orden
colonial y el surgimiento de los nuevos Estados independientes.
Para Chiaramonte resulta insostenible la idea de la
preexistencia de una nacionalidad en el hecho revolucionario, ya que las únicas
unidades socio-políticas existentes a lo largo de la primera mitad del siglo
XIX fueron las ciudades-provincias. Es decir que la nación fue una consecuencia
de la revolución, no una causa. También sostiene la ausencia de pensamientos
revolucionarios preexistentes a los episodios de mayo. Sostiene que la
revolución se trató de una revolución que nació sin teoría, es decir sin
actores políticos y sociales que lo programaran o lo ejecutaran.
Las “Formas de identidades”, en el Río de la Plata post
independencia como categoría de análisis
Uno de los principales aportes del autor con respecto al
proceso emancipador rioplatense se debe a la coexistencia de tres formas de
identidades luego de producida la independencia: una identidad
hispanoamericana, una provincial y otra rioplatense. Estas tendencias no eran
otra cosa que formas alternativas de sentimiento público.
Chiaramonte estima que a fines del período colonial, los
habitantes del Río de la Plata compartían diversos sentimientos de pertenencia:
el correspondiente a la nación española, el de español americano, y el
regional, circunscripto frecuentemente al núcleo urbano, destacando el papel
central de la ciudad hispanocolonial en el origen de las formas de identidad
política posteriores a la Independencia.
Poco se ha atendido a que el hecho mismo de su
coexistencia traducía también el curso en el que se movía el proceso de la
formación de la identidad política, dentro del crítico proceso de formación de
nuevos países independientes. Debemos entender estas identidades no como
adherencias extrañas a la formación de una identidad nacional sino como formas alternativas de satisfacer la
necesidad de organizar un nuevo estado que suplantase el dominio hispano, y a
su coexistencia conflictiva como la inexistencia de un soporte social, superior
al provincial, definido para los proyectos de nuevos estados nacionales.
La
relación entre Historia y Política
Chiaramonte es un estudioso del lenguaje no en el sentido
propuesto por el giro lingüístico sino en la búsqueda constante de la
historicidad de los conceptos y los anacronismos vigentes. Precisamente la
utilización consciente del anacronismo con fines políticos es una operación
estudiada frecuentemente por el autor. Las significaciones "reales"
de los conceptos son la puja política y disputa simbólica que se resuelven
entre las interpretaciones de los revisionistas y la de los historiadores
académicos.
La interpretación de los hechos históricos está precedida
por los valores del investigador y que es inútil otorgarle un único sentido al
relato histórico, ya que al historiador se le añade una dificultad distinta,
que es la afinidad intelectual u emocional con lo investigado.
Para Chiaramonte y los científicos de la historia
profesional sostienen, sin embargo, que "La intención de poner algunos
resultados de la historiografía al servicio de otras actividades humanas no es
ilegítima mientras ese servicio sea respetuoso del quehacer
historiográfico", aunque es muy preciso al declarar que este tipo de
historiografía neorevisionista queda "deformada por intereses
políticos".
Para el historiador, no puede existir una sana
compatibilidad entre el oficio científico del historiador y la militancia
política. Incluso sostiene que la labor científica es la forma más loable de
servir a un país.
La historiografía contestataria del ´60 y ´70 es vista
como politizada, y la “despolitización” se vuelve imprescindible para alcanzar
el rigor científico. En esta corriente, en la que se encuentra José Carlos
Chiaramonte, se incluye el expurgar cuidadosamente las impregnaciones
“marxistas” y sobre todos las que aceptan un espíritu de partido en el
desarrollo de la tarea del historiador.
El reemplazo del pasado revolucionario por un reformismo
cada vez más modesto en el marco de una transición a la democracia signó esta
nueva actitud. La historiografía debía, en esa línea de ideas, abandonar el
espíritu incandescente para centrarse en la producción específica de alto nivel
y excelencia.
Por último la producción histórica y literaria sufre los
efectos de la industria editorial, y la industria editorial necesita cosas que
vendan como por ejemplo una historia de buenos y malos o una historia sobre la
intimidad de los próceres. No debemos permitir que la historia se convierta en
una fuente de conocimientos útiles para la política, si bien el historiador es
un producto histórico, debe separarse la ideologización, para una política
determinada.
Conclusión
El Historiador aún está lejos de lo que se enseña en la
escuela, por eso se propuso para este trabajo el título “una cita con la revolución” con el
objetivo de que entendamos como futuros educadores que es fundamental
encontrarnos con los hechos históricos desde diversas perspectivas para comprenderlos
en su totalidad. Específicamente la Revolución de Mayo es un hecho que se
piensa hace 200 años pero en la escuela y fundamentalmente en los estudios
primarios se sigue difundiendo la historia tradicional Mitrista.
Sin dudas hay una brecha que debe ser cerrada, entre el
relato escolar y el saber científico. La historia social se aleja visiblemente
de la versión “Billiken” de la historia. Pero no ha logrado saldar esta deuda
que tenemos con las futuras generaciones, la unificación de relatos entre la
universidad y la escuela.
La historia se diferencia de otras disciplinas por la
inexistencia de su objeto de estudio. Los historiadores son ante todo productos
históricos por lo tanto se deben a las concepciones y experiencias que ellos
mismos tienen. Esto lleva a que el historiador imprima su subjetividad en el
estudio de la misma ya que él no es más que un producto social, y por ello
existe la historiografía, para lograr comprender interpretaciones de los textos
académicos y al autor en su contexto, para encontrar el punto medio en la
función social del historiador, ese punto que se podría llamar “entre el claustro y la divulgación”.
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