Es notable y a mí particularmente siempre me ha asombrado nuestra ductilidad , la de los seres humanos; la transigencia según la conveniencia, la velocidad asombrosa para la conversión y la ausencia total de remordimientos incómodos. Antes de continuar repetiré hasta el hastío que yo me pongo como el peor ejemplo, siempre,- de esta manera elegante evito a los descalificadores de siempre, cuyas carencias afectivas los han convertido de príncipes en sapos envidiosos o de princesas en gelatinosas ranas fracasadas-.
No se trata en esta oportunidad de analizar las metamorfosis de cierta duración, para bien o para mal, porque ya hemos referido a ellas, hoy indagaremos en las mutaciones sucesivas y numerosas que fabricamos diariamente. Pretendemos ser ejemplo-impulsados por nuestra represión interior- y a la menor oportunidad se nos escapa nuestra vulgaridad-impulsada por nuestras pasiones-.
Nuestras palabras expresan "el deber ser", algunas pocas veces con buena oratoria; mientras en el destello de nuestros ojos o en la sinapsis entre el axón de una neurona y la dendrita de otra, se escapan los deseos casi nunca manifestados; es una partida de ajedrez diaria, una contienda que se desarrolla minuto a minuto. Una batalla que no tiene final, porque la partida finaliza con nuestra muerte. Muchas veces se impone "el deber ser", otras las pasiones, ese es el ciclo de muchas patologías.
Aceptamos muchos condicionamientos, cuando esa carga es liviana y consume menos tiempo y molestia llevarla que cuestionarla, pero también hay cargas que no aceptaríamos jamás alegremente llevar. Ya estoy suponiendo que ustedes dirán: "Nunca digas de este agua no he de beber", pero estoy escribiendo de no aceptar la mentira, de una carga de esa naturaleza, estoy escribiendo de no permitir la mentira aún cuando involucre a nuestros enemigos más arteros. Entonces aún en la diaria y eterna fluctuación entre el deber y la pasión, aún cuando el péndulo se aproxime peligrosamente a uno y a otro extremo, tan próximo a ellos que nos lleve a pensar que en cualquier momento pueda quedar imantado a ese límite al que nunca debió acercarse; es importante recordar que no solo no debemos mentir, sino que tampoco debemos permitir que alguien difunda una mentira en nuestra presencia y menos aún si esa mentira es gravemente ofensiva. Y todo lo que no se pueda probar- demostrar - debe callarse, pues podría tratarse de una mentira intencional, para desacreditar a tal o cual persona. También están los paradigmas mentirosos, repetidos hasta el cansancio, creencias sugeridas al populacho, como los paraguas frente al cabildo de Buenos Aires, en mayo de 1810.
No hay comentarios:
Publicar un comentario