domingo, 27 de diciembre de 2015

MOZART: UNA ADVERTENCIA PARA LAS MARIPOSAS. - Por Eduardo Ramos Campagnolo -

He prometido, salir del capullo para comenzar a volar, aunque me conformaría con solo flotar en el aire-que no es poco si lo comparamos con la asfixiante y pegajosa oscuridad  del capullo-. En honor a la verdad más estricta, me están empujando para que salga. Debo aceptar que a pesar de mi oscuro y gelatinoso saco amniótico, en él  todo me era conocido y hasta diría,  soy un gran experto en la temática.
Respirar constituye una experiencia sorprendente, puedo hacerlo sin darme cuenta. Tengo alas y estas me dan el poder de viajar hasta el confín del mundo, de moverme rápido o lentamente, a baja altura o en el cielo, aunque debo descubrir las rutas menos peligrosas para alguien tan frágil, vulnerable y tentador como yo. Vuelo por el mundo, inconmensurable, acelerado y cambiante, tres acertijos que debo descifrar con mi mente aún turbada por la viscosidad. Abro mis alas, las agito sin moverme del lugar, y aprovecho esa levitación para contemplar el paisaje-escenario y los roles de los actores. Tengo un breve tiempo para conocer las reglas del juego, sucias en general, luego puedo decidir si participo o no. Si lo hago me barnizaré en un megacapullo que demoraré en conocer y, si no lo hago, puedo situarme en la cómoda butaca del espectador. Este es mi dilema: Trocar gelatina por barniz o flotar suspendido en las alturas protectoras. Y entre ambas posiciones está el muro de la música de Wolfgang Mozart, a veces suave y dulce, a veces vertiginoso y amargo, sinfonía cuarenta en sol menor, que me advierte que ninguna de las dos opciones conducen de regreso al capullo.

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