sábado, 6 de febrero de 2016

EL DULCE PERFUME DEL ROMERO - Por Eduardo Alberto Ramos -

Corto la mitad de una cebolla y con ese acto comienza la preparación de mi almuerzo tardío en este sábado bañado de las repetitivas actividades de los últimos once años de desperdicio; tal vez sea injusto el término, tal vez alguna actividad haya sido útil. No soy un gorrión que una vez enjaulado muere de tristeza, tal vez un canario, que aunque enjaulado se hace escuchar. 
       Remuevo la cebolla picada en la sartén con aceite y le agrego tomate, sal, pimienta, orégano y romero. Los enjaulados tenemos una premisa que hemos acordado: evitar dos temas- los barrotes y las causas que los motivaron-. Generalmente charlamos rememorando los momentos felices del pasado y también proyectamos nuestros sueños venideros, algunos se cumplirán, otros nunca, pero el solo hecho de soñarlos nos eleva de la jaula.
        Agrego agua caliente a la salsa para evitar que se queme. El encierro tiene otro sabor cuando te enteras que tu enjaulador tiembla temeroso al ver la gran jaula que le han preparado. Es el aroma del romero y del orégano en mi salsa cotidiana. El tiempo ha oxidado los barrotes de mi jaula, pronto se quebrarán, aunque el daño ya esté inexorablemente ejecutado.
         No puedo odiar al enjaulador, me contagiaría su malvada frustración. Si él no fuera como es, yo no podría ser como soy.
        Quito la sartén con la salsa del fuego y pongo una olla con suficiente agua para hervir los ñoquis que mis hijos me han traído con algunos obsequios apropiados para un pretendido escritor, esto demora, no cuento con una cocina normal. Aquí el impaciente sufre el destino del gorrión. El calor es agobiante, el sol quema la jaula durante la mayor parte del día, pero hoy hay suficiente agua y ello es una bendición.  
         La jaula está siendo limpiada, están quitando la pudredumbre y los desperdicios de once años se olvidan al aspirar el aroma del romero, el dulce perfume del romero. No sé si llegaré a ver el día en que la jaula se desarme, nadie puede saberlo, solo Dios y sus planes, pero tenga usted la seguridad que jamás perdí la dignidad y la entereza del canario. 
        El agua bulle, voy a colocar los ñoquis.

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