miércoles, 18 de noviembre de 2015

El ADN del Personalismo Político en la Argentina. - Autora: Carola Noelia Ramos


La Argentina y el mundo están viviendo momentos de agitación política importantes. 
No podemos vislumbrar realmente por qué tipo de proceso o procesos históricos estamos caminando y ¿Por qué estremecidos? Para que algo se remueva o se agite primero tiene que existir un orden, quizás estamos contentos con decir que estos momentos son importantes y de cambios estructurales y basta con eso para sentirnos bien. 
Cuando hablamos de orden y sobre todo en el mundo de la política significa un orden institucional e incluso un orden en los tres poderes independientes. De un gobierno que se va y otro que viene. Pero no es así, la conciencia de orden del argentino es su economía, no descubrí la pólvora al decir esto, pero siendo aún la economía mala el orden significa estar mal, pero con la conciencia colectiva de que se puede estar peor. Estos momentos hacen repensarnos sobre el ejercicio de la política y el devenir histórico.
Muchas veces me pregunte sobre el origen de las características que hacen a la política tan particularmente… Argentina. Pero sobre todo por esa característica particular que se vio claramente plasmada estos últimos meses como es el Personalismo Político y la preponderancia del poder Ejecutivo por sobre los demás.
El personalismo político tiene sus raíces en la época colonial y con el correr del tiempo fue tomando caracteres distintos pero nunca dejó de existir como tal. Esta huella política nos ha heredado una especie de matriz “monárquica” de Gobierno.
Cuando en 1853 un grupo de congresales, tomando las bases de Alberdi y la constitución de Estados Unidos, se reunió un verano muy caluroso en Santa Fe para decidir qué tipo de organización nacional querían para nuestro futuro sin la presencia de Buenos Aires, se equivocaron en pensar que ese era el comienzo, el país para ese momento ya tenía un cincuenta por ciento del ADN formado. 
Pérez Guilhou, en su obra aclara “La historia nacional enseña que permanentemente hemos estado acechados por el peligro de la aparición de un conductor, constitucional o de facto, que gobierne discrecionalmente rayando en la dictadura”. Entonces como se puede explicar la preponderancia del poder ejecutivo argentino por sobre los demás. Esta característica está fuertemente vinculada con la organización política colonial que nos precedió. Es casi obvio subrayar que no se pensaba todavía en órganos separados con funciones específicas, esas ideas llegarían con la mal llamada Revolución de 1810. Los grandes funcionarios que marcaron la práctica del gobierno colonial en América fueron los Virreyes, gobernantes quienes acumulaban funciones no solo de gobierno sino también de guerra y justicia, o luego como en el caso de Rosas el ejercicio de las facultades extraordinarias. 
Después de 1820 este paternalismo autocrático se va a profundizar con las autonomías de las Provincias y la aparición de una gran figura característica y mítica de la historia argentina como es el caudillo. El mismo va a ser el arquetipo de la figura personalista de nuestra historia. 
El caudillo, “el que guía y conduce” es el sujeto que viene a rellenar el vacío político institucional que se vivía luego de la independencia. Su figura fue esencial para la historia política económica y social, se han caracterizado por ser líderes carismáticos con fuerte liderazgo y apoyo de las masas. Fue tal la fuerza de estos liderazgos que hubo casos en que se legalizó formalmente su vigencia. El Estatuto Provisorio de Santa Fe, del 26 de octubre de 1819, el primero que se dictó a nivel provincial, poco tiempo antes de Cepeda, en su artículo 19 decía: “Siendo uno de los actos más esenciales de la libertad del hombre el nombramiento de su caudillo... elegirán personalmente al que debe emplearse en el gobierno”.
Sobre esta herencia personalista hemos construido la política “partidaria” del siglo XXI. La sujeción de una población entera en una persona tiene una característica racional en los hechos que he nombrado anteriormente, entre otros, pero también es peligrosa. Ya no votamos partidos o programas de Gobierno, votamos a personas y figuras, ya no nos importa como ejerce su labor, sino como acomoda las palabras en un discurso para generar agitación en la prensa política. No encontré mejor manera de terminar que con las siguientes preguntas: ¿Cómo haremos? ¿cómo pensar un futuro institucional, social, educativo y moral que nos prepare para subsanar los excesos derivados de la supremacía del poder ejecutivo en un Estado Republicano? 
Carola Ramos. 

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